EL APEGO PUEDE TRUNCAR
EL AVANCE ESPIRITUAL
Cuando uno se está dedicando a la familia, también habrá algo de
amor ahí, ¿no?
Por supuesto. Una cosa no quita a la otra; el amor verdadero no
se gasta. Uno puede querer cada vez a más personas sin que por ello deje de
querer a su familia. Pero a mayor capacidad de amar, mayor compromiso con un
mayor número de personas, y el tiempo del que se dispone habrá que repartirlo
entre más gente. Esto puede ser percibido por las personas que sufren de apego
como que se les quiere menos, pero no es así.
¿Qué pasa con la familia cuando uno decide dar el cambio? ¿Acaso
no desatiende a los suyos cuando empieza a pasar tiempo ayudando a los demás?
Uno de los obstáculos más fuertes que va a tener alguien que
quiere empezar a cambiar, a reunirse con otras personas para hablar del
interior, es que su entorno no lo va a entender y van a jugar con el
sentimiento de culpa por no atender las obligaciones familiares. Veremos que
cuando una persona quiere ir a ver un partido de fútbol a la semana, que dura
dos horas, que encima cuesta dinero, o bien a una discoteca o un bar, la
persona no siente que abandona a la familia. Sin embargo, si la misma persona
se va a hablar dos horas a la semana sobre el interior, para ayudarse sí misma
o a los demás, entonces le ponen mil y una pegas, y uno se siente culpable,
creyendo que abandona a la familia. Esto es por culpa del apego, es decir, de
la dificultad en compartir. El apego no
es amor y, si no se vence este obstáculo, se quedan estancados.
No. Lo que es un obstáculo es la incomprensión de los espíritus
que no quieren avanzar ni dejan avanzar a los demás, y que utilizan todas las
armas a su alcance para conseguirlo, y para retener a los que quieren avanzar,
incluso a quienes les unen los lazos de sangre, como la familia. Para el que
vive en una familia comprensiva, la familia es un punto de apoyo para
desarrollarse espiritualmente. Pero debido al escaso desarrollo de la humanidad
terrestre, los que están dispuestos a emprender el despertar espiritual son
minoría.
Además, es muy difícil que, aunque en una misma familia haya
varios espíritus afines dispuestos a luchar por avanzar espiritualmente, su
despertar se dé simultáneamente. Por tanto, el pionero lo tendrá más difícil,
pero es el que abrirá el camino a los demás. El propio Jesús tuvo que vencer
este mismo problema, la incomprensión de su familia por apego. Le reprochaban
constantemente que desatendiera sus obligaciones familiares para atender sus
asuntos espirituales, porque no lo comprendían. Le tachaban incluso de
desequilibrado y le intentaron hacer sentir culpable, y más cuando José murió y
él se tuvo que hacer cargo de la manutención de una numerosa prole. Pero no fue
verdad, porque Jesús procuró materialmente por su madre y hermanos hasta que
ellos pudieron valerse por sí mismos. Pero su misión era más extensa, con toda
la familia humana. Esta falta de comprensión de la familia que vivió Jesús está
reflejada en esta cita de los evangelios. “Entonces él (Jesús) dijo: "A un
profeta se le respeta en todas partes, menos en su propio pueblo y en su propia
familia”.
¿Cómo puedes creer que el mundo espiritual exija a uno a renunciar
a la familia, si precisamente es en el mundo espiritual donde se creó la
familia como forma de estimular en el espíritu los primeros sentimientos? El
amor de pareja y el amor entre padres e hijos son los primeros sentimientos que
conoce el espíritu, y se desarrollan a partir del instinto de apareamiento y el
de protección de los progenitores por sus cachorros. Lo único que os digo es
que para avanzar en el amor hay que abrirse a compartir, a ampliar el concepto
de familia, considerando como parte de ella a todo ser espiritual.
¿Es imposible que haya una auténtica hermandad en la humanidad si
uno establece categorías a la hora de amar?
Los de mi familia primero, los de
mi pueblo primero, los de mi país primero, los de mi raza, cultura y religión
primero. Y si me sobra algo, para los demás. Esto es una forma de egoísmo
disfrazada, porque lo que se da es siempre a cambio de recibir algo, no de dar
sin esperar nada a cambio. Por ello, a la hora de dar se establece un
escalafón, que pone primero a los que nos pueden dar más, segundo a los que nos
pueden dar menos y deja fuera a los que no nos pueden dar nada. Este
comportamiento egoísta vulnera la ley del amor, por mucho que haya cierta gente
que intente justificar la solidaridad sólo para abonados.
En el momento en que tú excluyes a alguien del derecho a la
solidaridad, esta palabra deja de tener sentido. Un ejemplo de hasta dónde se
puede llegar con este tipo de egoísmo colectivo lo tenéis en el nazismo, que
predicaba una supuesta solidaridad de raza, que se forjó a costa de suprimir y
eliminar los derechos de las demás razas y creencias, y el libre albedrío de
cada individuo.
Has hablado de que existe apego en la etapa de la vanidad y
también en la de la soberbia. Parece que es un ego sentimiento bastante difícil
de superar.
Así es. El apego se inicia en la etapa de la vanidad y no se
supera hasta el final de la etapa de la soberbia.
Por supuesto que sí. Pero los avances siempre son graduales. Ni
es de la misma intensidad ni se alimenta de lo mismo el apego en el vanidoso,
que en el orgulloso y que en el soberbio. En el vanidoso el apego es mucho más intenso,
menos respetuoso con el libre albedrío de los demás, por el escaso desarrollo
del sentimiento, y se alimenta del deseo de ser complacido y atendido, y de la
debilidad del vanidoso para avanzar por sí mismo. En el orgullo y la soberbia
el apego es menos fuerte, ya que está siendo substituido paulatinamente por el
amor, (hay una mezcla de ambos, amor y apego) y se alimenta del temor a no ser
querido o del miedo a perder a los seres queridos.
¿Cómo se vencen la avaricia y el apego?
Lo contrario de la avaricia es la generosidad, es decir, que
para vencer la avaricia hay que desarrollar la generosidad, tanto material como
espiritual. La avaricia y el apego se vencen compartiendo lo que uno tiene con
los demás, tanto a nivel material como espiritual.
Fragmento de Las Leyes
Espirituales de Vicent Guillem